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30 diciembre 2009

Cardos con almejas, un aroma mozárabe



Es un plato que suelo preparar algunos viernes, porque es el día que entran unas estupendas almejas de carril en mi pescadería favorita. Las almejas constituyen una parte esencial de este plato, al que atribuyo una tradición mozárabe. La primera vez que lo probé fue en el restaurante cordobés El Caballo Rojo, cuya cocina se distingue por haber incorporado acertadamente recetas mozárabes a su carta (rape, alcauciles o el cordero a la miel), las cuales recomiendo. Pues bien, las almejas de carril y no las chirlas son las idóneas para este guiso, aunque para cuatro personas no uséis más de una docena, se trata sólo de dar un suave toque de sabor marinero, la base son los cardos. Un plato, en suma, de fácil elaboración y agradable degustación en días otoñales.

Ingredientes: Cardos naturales (podéis usar los envasados, aunque recomiendo los frescos, pues además de conservar todas sus propiedades nutritivas intactas, el jugo de su cocción nos servirá para el guiso), almejas de carril, gambas (opcional), cebolla, ajos, zumo de limón (sólo si usáis los cardos frescos, porque así evitaréis su oxidación mientras los dejáis en un cuenco con agua), vino blanco (si es seco, mejor), maicena, azafrán en hebra, sal, perejil y pimienta blanca. En otras versiones se usa tomate, pimentón y almendras fileteadas y tostadas, pero yo nunca los he probado así.

Elaboración: Limpiar bien los cardos, es algo engorroso por los hilos de hebras, pero luego se agradece en el gusto, los de bote también dan buen fundamento, todo depende del tiempo del que dispongáis. Poner una cazuela a rehogar (para este guiso me gustan las de barro) con una cebolla grande picada menuda, dos ajos y unas hebras de azafrán en hebra. Sofreir, aparte, los cardos previamente enharinados, añadirlos a la cazuela y rehogar. Es el momento de verter el vino blanco (hay quien prefiere usar cerveza); una vez reducido comprobar si la salsa está espesa, si necesitara más consistencia usar una cucharadita de maicena. A continuación incorporamos las almejas con sus conchas, que previamente habremos tenido media hora en un bol con agua (podéis añadir una pizca de azúcar, o bien vinagre, para que queden limpias de arena), añadimos un poco del caldo de la cocción de los cardos y el perejil picado. Mantened a fuego lento media hora como mínimo.

En la mesa: Los cardos con almejas es un primer plato rico y sugestivo por la fusión de verduras y marisco, pero ha de quedar en una degustación que nos invite a tomar un segundo. Sugiero unos filetes de pez espada (de corte fino) a la plancha acompañados con una ensalada de berros aliñada con una vinagreta de aceite, sal, crema de vinagre balsámica y pasas. De postre, no os compliquéis, basta con una sencilla bola de helado de leche merengada regada con castañas en almíbar. Un chupito de Pedro Ximénez bien fresquito ayudará, junto con los cardos, a hacer una buena digestión.

Vinos: Doblas, en rama, de Moriles Alto; Cancionero, en rama, de Baena, y Viña Verde, de Montilla-Moriles, Si estos no llegan a vuestras tiendas de vinos, comprad uno de la denominación de Rueda.

07 octubre 2009

Menú toscano. "Pucini". Camaldoli (La Toscana)




La Toscana se presta a ser idealizada en ese ensueño idílico que es habitual encontrar en los folletos turísticos, la literatura o el cine. Quien la ha visitado sabe de las bondades y bellezas que encierra. La primera impresión que percibimos es la de un territorio que rezuma historia, monumentalidad, naturaleza y gastronomía. Gran parte de esa realidad se abre ante nuestros ojos cuando nos adentramos en sus ciudades, pueblos y campos buscando su dulce bohemia, y se constata en sus gentes y contrastes paisajísticos: abruptas montañas, frondosos bosques, planicies adehesadas y un apastelado colorido que varía entre el verde de las viejas cepas, sierras y valles, y el amarillo de los girasoles de finales de julio.

Las dos familias que nos aventuramos (fue un emocionante viaje de dos días en coche hasta llegar al pueblo de Bibbiena) a visitar este territorio tuvimos la suerte de conocer a Patricia y Leandro, matrimonio encantador y hospitalario asentado en este pintoresco pueblo (perteneciente a la comune de Arezzo), quienes además de buscarnos la casa rural, nos agasajaron desde el primer día con atenciones impagables, sobre todo las concernientes a la buena gastronomía del lugar. Así pues supimos que Leandro, profesor de informática en un instituto, cultiva sus propios viñedos, cuyas cepas dan un vino blanco que él embotella y que la primera noche, bajo una tímida luna toscana que desparramaba su luz sobre el prado cercano a la casa, tomamos frente a una sugestiva variedad de ensaladas. Ningún otro vino blanco, y eso que San Gimignano (también conocida como la ciudadela de los rascacielos medievales) elabora un Versagia estupendo, agradó tanto nuestro paladar. Patricia, en cambio, tiene mano experta con la repostería y suyas fueron una deliciosa tarta de queso y una mermelada de frambuesa para el desayuno. De su propia elaboración maceraron unas castañas en almibar que nos regaló el último día y con las que logró, una vez ya conquistado nuestro estómago, endulzar los penosos momentos del final del viaje.

Fue a mediados de nuestra estancia en la Toscana, un día tranquilo, de esos que gusta ver pasar el tiempo mientras te bañas en la piscina, tomas una copa en la tumbona y preparas la barbacoa, cuando habíamos quedado sobre las siete de la tarde con Leandro y Patricia para acercarnos al Monasterio de Camaldoli, a escasa distancia de Bibbiena, adentrándonos en la comarca de Poppi, en cuyo territorio se extiende el antiguo bosque del apenino toscano. Una hora después de lo previsto y con cierto remordimiento por la tardanza llegamos a casa de nuestros anfitriones. Ya no era posible visitar el monasterio, aunque a un kilómetro antes de llegar a éste, Leandro y Patricia habían reservado mesa en el restaurante Pucini, levantado en el frondoso bosque. En Pucini descubrimos gratamente un menú toscano típico de aquella zona en el que predomina, preferentemente, la degustación de distintos tipos de pasta además de una variedad de carnes, todo ello regado con vino blanco y tinto.

Menú toscano:

1. Antipasto tocano. Un entrate clásico que podemos encontrar en cualquier restaurante italiano consistente en una degustación variada de chacinas y embutidos. En este caso, crostini pomodoro (canapés rústicos de pan a los que se le unta una confitura de tomate), salami cinghiale (salchichón de jabalí) y proseutio, o sea, jamón serrano.

2. Tagliatelle con porcini fresco. Porcini es el nombre habitual con el que en Italia se conoce a esta seta en particular muy apreciada por su versatilidad en la gastronomía. Se trata de un plato sencillo donde sobresale por su sabor la materia prima de esta funghi porcini que dota a los tagliatelle (son tallarines de casi un centímetro de ancho, también conocidos como fetuccinis) de un hondo sabor a bosque.

3. Pappardelle con selvaggina. El pappardelle es la pasta fresca que más me agrada. Es una variedad típica de la Toscana y su nombre deriva del verbo “pappare”, que en italiano significa “engullir”, suelen ser de dos a tres centímetros de ancho. Yo conocía esta variedad de pasta fresca acompañada con salsa funghi o al tartufo, pero en esta ocasión nos la sirvieron con selvaggina, que no es si no un jugo de carne de caza que confiere a la pasta un sabor profundo, a la vez que agradable.

4. Ravioli di ricotta con burro e salvia. A estas alturas, lo que parecía un menú se estaba convirtiendo en un proyecto de cena pantagruélica cuyo final no se advertía pues se seguían descorchando botellas de vino. Bien, ricotta es sinónimo de requesón, aunque no necesariamente han de ser iguales. La ricotta quizá sea más dulce, esa es la impresión que me dio y su mezcla con la mantequilla (burro) confiere a la pasta una suavidad sin igual, que resultaría algo pesada si no fuera por la salvia, un acertado ingrediente por su carácter aromático que contrastó por su gusto áspero y picante. No desperdicien la ocasión de probarla.

5. Tagliata al rosmarino e pepe verde. Era el penúltimo plato, según nos advirtieron Leandro y Patricia después de ver nuestros asombrados rostros. Pero como se trataba de carne entendimos que era el último. Espléndidos los filetes de ternera loncheados con ese peculiar aroma del romero y el matiz de la pimienta verde. Existe una variedad de tagliata que se elabora con tomate natural, al que luego se vierte vino blanco y se deja reducir para regar la carne, acompañada de rúcula.

6. Grigliata mista. Fiorentina, rosticiana y salsicce pollo. Bueno, ya fue el remate. No nos cabía más que una copa cuando el camarero nos trajo dos bandejas colmadas de carne a la parrilla y a la brasa. Leandro y Patricia, sin embargo, seguían animándonos, como dándonos a entender la habitual degustación de este menú. Así pues probamos el archiconocido bistec fiorentina, un plato típico toscano consistente en un solomillo de buey, tierno y jugoso, preferentemente de la raza chianina y que se presenta con más de dos centímetros de grosor. El resto de la parrillada lo componían costillas de cerdo (rosticiana) y longaniza embuchada de pollo (salsicca), que apenas probamos.

7. Postre. Panna cotta con frutti di bosco. Dicen que es uno de los postres más generosos cuando se ha ingerido una comida copiosa. Se trata de nata cocida y para su elaboración se sigue la tradición italiana, que en este caso no es original de la Toscana, sino del Piamonte. Su textura es similar a la del flan y su ingesta es agradecida.

Vinos: Blanco: Borbotto. Toscana 2008. Tinto: Raspanti. 2007, de Gracciano di Montepulciano (Siena).


Pie de foto; Cari, Carlos, Carmen, Toñi, Patricia, Leandro, Gaspar y Gaspar (hijo). Las chicas Carlota, Marta y Ana estaban dándole de comer a los jabalíes, que llegaban hasta la linde del restaurante.

17 septiembre 2009

Pisto, la fritada con reminiscencias árabes


Es uno de mis platos preferidos y no requiere para su elaboración más que buenas materias primas, además de una pizca de paciencia y saber respetar el orden de fritada de los ingredientes. El pisto es, en esencia, un plato de verano, no sólo porque su ingesta pueda realizarse tanto en frío como en caliente, sino porque las verduras, base de su preparación, son más frescas durante el estío, aunque gracias a los invernaderos es un plato que se puede degustar en cualquier época del año. Yo sugiero que se haga una vez cada quince días porque es una manera saludable y rica de nutrirnos con las verduras, las cuales, por supuesto, no podemos dejar de lado en nuestra dieta diaria. Es un plato el pisto, además, que sugiere múltiples variedades para su preparación y en esto influye el lugar de España donde se elabore. Normalmente, siempre que hablamos de pisto aludimos a la Mancha, el pisto manchego es hoy un referente con denominación de origen, pero su existencia se la debemos, como muchos otros platos de la gastronomía hispana, a los árabes, que ya elaboraban esta fritada de verdura como base de su dieta alimenticia. Conocido entonces como Alboronía (hoy en los restaurantes es frecuente encontrarlo bajo el nombre de Boronía acompañando a platos de pescado y carne), debe su nombre a la princesa Al Burán, en cuya boda se sirvió este plato, si bien en la actualidad lo conocemos a través de la derivación de la palabra latina pistus, cuyo significado es machacado, aludiendo así al resultado final de la fritada de verdura tal y como la degustamos. En cualquier caso, el pisto ha sido y es un plato esencial del recetario de la cocina doméstica, de ahí que en cada casa tenga sus peculiares ingredientes, preparación, elaboración y acompañamiento. Yo hago el pisto tal y como lo hacía mi madre –aunque nunca alcanzaré su maestría y sabiduría-, sin bien a veces incorporo algunos ingredientes que ella nunca usó, como el pimiento rojo y el amarillo. A lo largo de la explicación abordaré la forma en que también puede hacerse con otras verduras y añadidos. Ah, se me olvidaba, el pisto ha de degustarse siempre de un día para otro, tiempo más que suficiente para que las verduras suelten e impregnen el plato de su genuino sabor.

Ingredientes: Aceite de oliva virgen extra, cebolla, pimiento verde, rojo y amarillo, calabacín, berenjena, tomate, patata y sal.

Elaboración: Es importante, aunque en el fondo sea una cuestión de gusto, que las verduras se piquen en daditos, es un proceso laborioso pero cuyo resultado al final es gratificante. Calentamos aceite –no verter demasiado- en un perol, puede ser también en una cazuela baja y ponemos en primer lugar las cebollas a rehogar, a continuación los pimientos verdes y las mitades de un rojo y amarillo (estos dos últimos pueden ser opcionales, si bien la dulzura del pimiento amarillo aporta un sabor peculiar que en otros fogones se sustituye por calabaza o zanahoria). Una vez que estas primeras verduras están rehogadas, incorporamos la berenjena, la cual, previamente, habremos dejado durante media hora en agua –hay quién prefiere hacerlo en leche- y luego secada para quitarle el amargor. Me gusta picar el calabacín y la berenjena con sus respectivas pieles, son nutritivas, aunque recomiendo, eso sí, extraer la pulpa de ambas. Marear la verdura con una paleta es el ritmo que no debemos abandonar durante la elaboración del pisto, el cual se va haciendo ni lento ni fuerte, en cocina de vitrocerámica sin inducción recomiendo una fuerza de cinco o seis como máximo. Asimismo, la sal ha de incorporarse a la misma vez que lo hagan cada una de las verduras, sin pasarnos, ya habrá tiempo de rectificar. El siguiente paso es el tomate. Me gusta pelarlo con anterioridad y cortarlo en dados. Hay quien prefiere triturarlo o, simplemente, volcar el contenido de una lata de tomate natural… Yo suelo usar tomates maduros en rama –entonces, dependiendo de su acidez, la contrarrestaré echando o no una pizca de azúcar- y, a veces, compro la variedad de pera, que son más dulces. Para entonces, la fritada de verdura se encontrará en su apogeo y habrá que controlar para que, como se dice en Andalucía, no se agarre. A continuación, en una sartén aparte, pongo aceite y frío una patata grande cortada a daditos. Es importante que ésta no se fría demasiado, así pues la escurriremos y, una vez sacada, la incorporaremos al resto de la verdura. Por supuesto que este último paso es opcional, pero la patata le da un gusto peculiar al pisto, es agradable y matiza un sabor muy casero. Vigilad la cocción y cuando comprobéis que la verdura ya está bien hecha, apartad el recipiente del fuego, tapad y dejad reposad. Si observarais que en el fondo de la cazuela hay restos de verdura adheridos, cambiad el pisto de recipiente. Yo sugiero que lo hagáis de igual manera.

Guarnición: Normalmente, el pisto se degusta como primer plato, aunque en algunas casas, debido a la incorporación de otros ingredientes como habicholillas (judías verdes), chorizo y carne, se come como plato único. Yo suelo acompañarlo con huevos fritos (que preparo sin ajo, para que su sabor no se mezcle en la fritada) y, con rebanadas de pan frito, que se puede sustituir por pan tostado.

Base para otros platos: Dada su versatilidad, el pisto constituye la base principal de algunos platos, a los que dota de la fuerza y el sabor de las verduras. Suelo elaborar empanadas de pisto, para ello uso una masa consistente. Resulta una guarnición perfecta para los pescados y las carnes. Os sugiero que la próxima vez que comais espaguetis, lo hagáis con pisto, adquieren un sabor que quita el sentío.

22 junio 2009

Flamenquín, de la Córdoba castiza



Plato autóctono de la cultura culinaria cordobesa constituye, junto con el salmorejo y el rabo de toro, el trío esencial de las cocinas en tabernas y mesones. Es tal la popularidad y aceptación de este plato, que hoy se puede encontrar en otras ciudades, elaborados algunos de ellos con variantes muy aceptables en su relleno, saliéndose un poco del clásico jamón. En este sentido, recomiendo que probéis a elaborarlos con gambas, o bien con huevo duro, pimientos morrones y daditos de panceta. Incluso para la industria, el flamenquín no pasa desapercibido, pudiéndose encontrar en supermercados las ya conocidas bolitas de flamenquín, y éstas, por su formato, se prestan a ser rellenadas usando la imaginación. El arte del flamenquín radica, como todo en cocina, en la materia prima y al tratarse de un plato emborrizado, hemos de freir en su punto.

Ingredientes: Un filete de lomo de cerdo, jamón serrano o ibérico, aceite de oliva virgen extra, huevo batido y pan rallado

Elaboración: Requiere algo de paciencia a fin de que el flamenquín no nos quede muy grueso, lo que redundaría en su perjuicio una vez que nos dispongamos a freírlo. Así pues, es importante advertir al carnicero que el filete de lomo es para hacer flamenquín, el buen hombre seguro que nos intentará vender el que hace ya emborrizado, pero se trata de que lo hagamos en nuestra casa. Limpio de brizna y con la ayuda de un mazo el filete se extiende hasta lograr una fina capa. Sobre ésta pondremos las tiras de jamón cortadas en juliana, hay quien usa también pizquitos de jamón, es opcional. Una vez liado el flamenquín y cerrado bien por los extremos, lo pasamos por el huevo batido y, posteriormente, lo cubrimos de pan rallado. En una sartén calentamos el aceite y cuando éste crepite ponemos el flamenquín a freir, dándole algunas vueltas para que se haga por entero, pero sin dejar que se queme. De ahí la importancia de que el flamenquín no sea demasiado grueso.

Guarnición: Normalmente, se presenta con papas fritas, mahonesa y algo de ensalada. A mí me gusta con papas fritas cortadas en tacos gruesos, algo de verdura en juliana –sugiero la col –puede ser también lombarda-, zanahoria y tomates cherry, todo previamente aliñado aparte, pues conviene que el rebozado del flamenquín no se empape. La mahonesa es opcional, normalmente no la uso en este plato, pero de hacerlo me gusta un alioli suave.

Presentación: Cortado en trozos acompañado de la verdura y papas.

19 junio 2009

Ensalada de aguacates y salmón



Esta ensalada resulta excelente como entrante y siempre es bien recibida por su frescura, de ahí su incorporación a los menús de primavera y verano. Tiene un gran aporte colórico merced a los aguacates, cuyo alto contenido en potasio restablece la energía perdida tras un intenso ejercicio físico. De ahí que siempre incluya el aguacate como fruta esencial en el menú cuando la reunión de nuestro grupo de amigos de natación toca en casa. Hay muchas variantes en un buffet de ensaladas en las que podemos incorporar el aguacate, ésta con salmón es una de las que más me gusta, pues la combinación de los ingredientes variopintos que presento se conjugan en una mezcla agradable.

Ingredientes: Aguacates, salmón ahumado (se puede usar también palometa o trucha ahumada), cebolleta, alcaparras, sucedáneo de caviar y langostinos.

Elaboración: Se abren los aguacates por la mitad, extrayéndoles el hueso ayudándose del cuchillo, y la pulpa deslizando la pala de una cuchara por los bordes interiores sin deteriorar la piel, ya que cada parte nos servirá para la presentación del plato. Añadimos unas gotas de limón a la pulpa y la depositamos en un bol triturándola a continuación con un tenedor. A continuación incorporamos el salmón ahumado en julianas pequeñas, así como la cebolleta bien picada y las alcaparras, removemos para mezclar bien los ingredientes.

Presentación: La ensalada la depositamos en cada mitad de la piel del aguacate vacío y decoramos con dos langostinos, una cucharadita de caviar (preferible rojo) y una pizca de salsa rosa sobre el marisco. Colocamos en un plato sobre una cama de hojas de lechuga.

Imprescindible: Preparar momentos antes de ser degustada si queremos evitar la oxidación del aguacate.

18 junio 2009

Calamares en salsa, fogón tradicional, así que dos recetas


Las primeras recetas que escuché sobre este plato procedían de los fogones familiares y todas estaban cortadas por el mismo patrón y excelente resultado, durante años uno se acostumbra a comer tal y como se hacía en casa, mostrándose reacio a innovar. Afortunadamente las costumbres culinarias han cambiado y aunque en el recetario pervivan aquellas fórmulas magistrales (curiosamente la cocina a veces se parece a una rebotica), la apertura a nuevas elaboraciones dejan un sugestivo margen a la creatividad. Aún así, nada vamos a inventar con respecto a la preparación de los calamares en salsa, un plato con una materia prima tan versátil que podríamos afirmar, aún a riesgo de generalizar, que todo cabe. Eso sí, ojo con la cocción: es lo más importante para que este plato resulte tierno y jugoso.

Receta 1

A sugerencia de Toñi, pescadera de "Klaus"

Ingredientes: Calamares troceados (se pueden usar también chipirones), aceite virgen extra, cebolla fresca (o cebolleta), ajos, pimientos verdes y rojos, sal, pimienta en grano, pimentón de la Vera, laurel, azafrán en hebra, guindilla cayena (opcional) y vino oloroso (tinto opcional).

Elaboración: Los calamares, limpios y troceados, se saltean con un poco aceite y se reservan. En una olla rehogamos abundante cebolla fresca, ajo, pimientos verdes (sólo uno de tamaño pequeño) y rojo (mediano) a lo que añadimos una pizca de azafrán en hebra y sal. Una vez logrado el sofrito, incorporamos los calamares con su jugo y dejamos rehogar, para a continuación verter el vino oloroso o blanco, ponemos una ramita de laurel y comprobamos si disponemos de agua (normalmente es suficiente con la que sueltan los calamares), si no fuera así, verter hasta cubrir, espolvorear una pizca de pimentón de la Vera y pimienta negra (puede ser en grano) y esperamos hasta alcanzar su punto de cocción, apartando del fuego en cuanto los calamares estén tiernos. Hasta aquí la manera en que los preparo, me gusta encontrar los trozos de verdura en el plato, pero para quién prefiera la salsa más trabada nada mejor que triturar la verdura antes del cocción. Es importante degustar este plato de un día para otro.

Receta 2

Años de experiencia demuestran que mi cuñada Cari sabe de esto.

Ingredientes: Calamares, cebolla, ajos, tomate, aceite de oliva, vino blanco, sal, pimienta y azafrán en hebra. Hasta aquí la sugerencia de Cari, de mi cosecha salieron un poquito de pimiento rojo, un cubito concentrado de caldo de pescado y una guindilla para pellizcar el guiso.

Elaboración: Todo en crudo, esta es la hoja de ruta. Un buen fondo de aceite para dos kilos de calamares, trocead abundante cebolla, una cabeza de ajos, cinco tomates maduros y medio pimiento rojo, que junto con los calamares, especias, vino blanco (me gusta usar también el oloroso) y resto de ingredientes  incorporáis a la cazuela  Controlad un fuego medio, el nivel de sal y agua si necesitárais, aunque los calamares sueltan lo justo para mantener la cochura aceptablemente. Servid una copita del vino blanco y tomadla con tranquilidad mientras se produce la transformación.

Guarnición: Los críos, a quienes el pescado normalmente no suele ser plato de devoción, aunque todo ello es fruto de las costumbres familiares y el lugar de residencia (si es de interior o costero), prefieren como acompañamiento unas buenas papas fritas cortadas en trozos gruesos. Yo me decanto por el arroz basmati, previamente cocido y después salteado con una majada de ajo picadita.

Vino: El mismo oloroso, o un blanco en rama sin filtrar de Montilla-Moriles, que se haya usado para la elaboración del guiso.

Presentación: Usar un aro metálico ancho donde depositaremos en primer lugar el arroz y, a continuación, los calamares. Una vez quitado el suplemento, salseamos y adornamos con una ramita de perejil. Tal cual.

28 mayo 2009

Rabo de toro, de mesones y tabernas






El guiso de rabo de toro ha sido desde antaño la estrella de la cocina castiza cordobesa servido en tabernas de barrio, algunas de éstas con honda tradición taurina, mundo del que obtenemos esta materia prima para su elaboración. Aunque se degusta durante todo el año (los rabos que se compran en las carnicerías son principalmente de ternera), es durante la temporada de los festejos taurinos de la Feria de Mayo de Córdoba cuando podemos encontrar el auténtico de toro, los cuales apenas llegan a los mercados, siendo reservados para escogidos bares y restaurantes. Hasta que la alta cocina lo ha incorporado a sus cartas experimentando con su cocción, presentación y guarniciones, el guiso de rabo de toro ha sido un plato más de los menús en los fogones de los mesones y tabernas, pasando a las cocinas domésticas y a las reuniones gastronómicas con los amigos.

Existen infinitas recetas para guisar un rabo de toro (depende de la ciudad, de sus costumbres y de los ingredientes autóctonos con los que condimentarlos), todas tienen en común la esencia de la elaboración de un guiso de carne y cada una la particularidad de las especias y su acompañamiento. Por lo tanto, y aquí radica su interés, no existe una receta única, lo que hace que este guiso sea tan versátil como rico por la inventiva con la que experimentamos para dejarnos seducir por él. Hasta que lo guisé por primera vez, consulté con varios cocineros cuál era su manera de cocinar esta carne gelatinosa, fibrosa y enormemente agradecida. Lo preparan con fundamento y amor en el Mesón San Basilio, en el barrio cordobés del Alcázar Viejo, cuyo cocinero, Falete, me despejó por primera vez las dudas acerca de este guiso, del que descubrí una elaboración concienzuda, pero también muy particular. De esta receta escogí varios datos y me aventuré a hacer la mía, inspirada en la cocina costumbrista y sin apartarnos de la riqueza de nuestra gastronomía mediterránea.

Ingredientes: Rabo de toro, aceite de oliva virgen extra, cebolla, ajo, tomate, laurel, pimienta molida, azafrán en hebra, vino blanco, jamón, zanahorias, sal, cayena, clavo y nuez moscada.

Elaboración: Sea cual sea la carne de nuestro guiso, acostumbro a salpimentarla y sofreírla (en el argot gastronómico se habla de marcar) con anterioridad en una sartén. Mientras, en la olla de presión rehogamos abundante cebolla, ajo y azafrán en hebra, para posteriormente verter el tomate natural ya triturado (podéis usar el de bote, aunque yo prefiero rayarlo), el laurel y la pimienta. Una vez logrado el sofrito sin pasarlo demasiado, se incorpora la carne, el taco de jamón (sin hueso) y el jugo de la sartén, mareamos durante un rato, para incorporar a continuación el vino blanco y dejamos reducir. Cubrimos con agua hasta tapar los rabos, picamos la zanahoria en trozos medianos (no uséis más de una de tamaño grande por rabo, pues endulzaría innecesariamente el guiso), aderezamos con una guindilla de cayena (sin desmenuzar), dos o tres clavos (no más) y una pizca de nuez moscada. Cuando empiece a hervir, cerramos la olla y dejamos cocer de 30 a 45 minutos a fuego no muy fuerte (en vitrocerámica -no indución- no pasar del punto 6 o 7). Es importante impedir que el guiso se consuma en la olla, por lo tanto abriremos para observar que aún queda salsa. Pasado el tiempo de cocción, es el momento de cambiar el guiso de olla, comprobad antes que en el fondo de ésta no existen restos de carne adherida (pues sería síntoma de que se nos ha quemado sensiblemente), cambiando entonces el contenido a una cacerola ancha y no demasiado honda, comprobad el punto de sal (rectificar a gusto pero no olvidéis que ya lleva incorporado jamón y que el rabo de toro no debe resultar demasiado sabroso), finalmente dejad reducir el caldo a vuestro gusto comprobando de vez en cuando que la carne se despega fácilmente de los huesos. Una vez terminado, tapar la cacerola y dejad reposar fuera del fuego hasta el día siguiente (no lo metáis en la nevera, a no ser que lo guiséis en verano), momento de poder degustarlo calentándolo en la cacerola a fuego lento.

Guarnición: Sugiero las papas fritas, a lo pobre, o con ajo y huevo. Si las hacéis fritas, cortalas a cascos gruesos y no las friais demasiado, podéis cocerlas un poquito antes. Si fueran a lo pobre, con poquito ajo, aros de cebolla, perejil y una pizca de vinagre, y si optáis por las papas con ajo y huevo, después de pocharlas y en sartén aparte revolverlas con una majada de ajo y huevo batido. Esta última receta os la explicaré en un artículo aparte.

Vino: Cualquier tinto de la denominación de Ribera del Duero. También marida acertadamente un tinto de Montilla, la última reunión con los amigos probamos la marca “Los Omeya”. Si optáis por uno blanco, os recomiendo un oloroso, el mismo que habéis usado anteriormente durante el guiso.

Presentación: El robo de toro se degusta tal cual, presentado en el plato con su hueso del que vamos separando los trozos de carne que se desprenden con suavidad. Es ritual chupar los huesos para obtener el resto de su cualidad gelatinosa. Sin embargo, también me gusta presentarlo deshuesado, y así lo hice en una cena con amigos en casa. Para deshuesarlo, lo mejor es hacerlo al día siguiente de su cocción y en caliente, si bien es una tarea minuciosa no es complicada, y algunos comensales lo agradecen.

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