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22 junio 2011

Souad Massi, una voz argelina en París. Ô Houria (Liberty)


La primera canción que escuché a Souad Massi fue Raoui, la misma que da título a su primer disco, editado en 2001, y lo que me llamó la atención a bote pronto además de su voz diáfana y cautivadora, fue su peculiar estilo: un singular mestizaje musical por las culturas chaabi, folk y arábigo-andaluza, en una combinación instrumental tradicional y con la peculiaridad de cantar en árabe, francés y bereber. A Raoui le siguieron otros discos de igual sensibilidad y, sin darme cuenta, a lo largo de los años fui coleccionando sus grabaciones. Hace unos meses, Souad Massi nos sorprendía con un nuevo trabajo, Ô Houria, con el que alcanza su indiscutible madurez artística en un álbum emocional y solidario.




Vídeo oficial de la canción Houria, perteneciente a su último álbum.


La joven Souad se inicia musicalmente en su barrio natal de Bab El-Oued, en el seno de una familia amante de la música, a caballo entre los sones tradicionales del chaabi con los no tan localistas como el rock, country y folk, perfeccionando el solfeo y la guitarra, instrumento que se convertirá en su icono artístico. No resulta fácil para Massi compaginar su vocación con la virulencia social que se desata en Argelia tras la irrupción de la guerra civil., que acaba truncando sus actuaciones, de ahí que la joven compositora cambie —afortunadamente sólo fue una decisión momentánea—, el mundo de la música por el de la ingeniería y urbanismo. En 1999 el destino le depara un nuevo cambio y viaja a París para actuar en Le Cabaret Sauvage con motivo de un festival de mujeres argelinas. Massi ya no volverá al país norteafricano, mientras Paris, día a día, le devuelve los sueños anhelados. Los cafés y ambientes de los barrios bohemios parisinos abren las posibilidades para esta cantante y compositora, que crece musicalmente por derecho propio y al amparo de otros músicos que entienden su música y mensaje como Marc Lavoine, Bernard Lavillers o Florent Pagny, quienes también han intervenido con ella alternativamente en algunas de sus grabaciones.

Ô Houria (Liberty):  El álbum está repleto de canciones sorprendentes en el que la combinación de estilos define la versatilidad de Souad Massi para adaptarse a los géneros musicales sin perder un ápice el rastro de sus raíces, aunque el trasfondo de un folk/fusion planea por el disco. Excepcional la colaboración de dos buenos músicos: Francis Cabrel y el guitarrista Michel Françoise, que conocen la trayectoria de Massi y pintan el álbum con magistrales pinceladas acústicas, refrendadas además, como viene siendo habitual en la compositora, con la incorporación de instrumentos singulares a su estilo como la mandolina, ukelele, bouzouki y el árabe oud, similar al laúd europeo. Me agradan temas como Ô Houria (tiene Massi una canción con el título Houria, perteneciente al disco Deb (2003) con una interesante mezcla de música arábigo-andaluza); Nacera, que se presenta como un lamento a la mujer maltratada; Stop pissing me of, una original pieza de jazz y blues con marcado riff de contrabajo; Khabar Kana, en la línea de algunas canciones de Raoui, y un blues de bella ejecución en los acordes de Enta Ouzahrek, que realmente me ha dejado sorprendido. Y dejo atrás otros temas muy buenos por los que merece la pena detenerse a escuchar tranquilamente. Souad Massi lo merece.


01. Samira Meskina
02. Tout Reste À Faire
03. Kin Koun Alik Ebaida
04. Ô Houria
05. Nacera
06. Une Lettre A… Si H´Med
07. Tout Ce Que J´Aime
08. Khabar Kana
09. Enta Ouzahrek
10. Stop Pissing Me Off
11. Un Sourire
12. Let Me Be In Peace (avec Paul Weller)

07 junio 2011

Espaguetis con gulas y gambas




Es un plato fácil y sabroso con ingenio y recursos para que guste. Porque, quién no ha combinado una pasta tan versátil como los espaguetis con buenos acompañantes (pisto, salchichas, ajo y perejil, panceta, queso azul, longaniza, almejas, setas...), en este caso las gulas y gambas forman un excelente maridaje para que este plato entre con fuerza en la carta del menú familiar. Lo aprendí de Inma López de Margiotto, quien lo tiene publicado en su blog Mi familia en la cocina, a cuya receta (ella usa fideos gordos a fin de facilitar su ingesta en los más pequeños, aunque habría que ir enseñando a éstos a comer los espaguetis con el tenedor acompañándose con la cuchara) poco hay que añadir, a excepción de uno o dos ingredientes que pueden ser o no del agrado de los comensales.

Ingredientes: Espaguetis, ajo, gulas, gambas (usar ya peladas y congeladas del tamaño grande), aceite de oliva, una pastilla de caldo de pescado, pimentón y cayena en polvo (estos dos últimos opcionales).

Elaboración: En una olla con el agua a punto de hervir poner los espaguetis para su cocción con la pastilla de caldo de pescado disuelta. Entretanto, en una sartén grande calentar aceite con abundante ajo picado (podéis usar de cinco a seis dientes, dependiendo del gusto de cada cual), si optáis por echar pimentón es el momento, y rápidamente las gulas y gambas hasta que comprobéis que estas últimas están hechas pero sin pasarlas demasiado. Este plato resulta completo si usáis cayena, bien una pieza si con ello le queréis dar un sabor más suave pero sin perder ese rastro de pique agradable, o bien en polvo para que sea más intenso. Una vez hecho esto, volcar los espaguetis, que ya habréis escurrido y enfriado (si no habéis usado pasta fresca). Mezclar bien y servir.

03 junio 2011

El cazador de iconos, un refugio bohemio en la Judería


En el 53 de la calle Corregidor Luis de la Cerda, allí donde se estrecha esta popular arteria de la Judería cordobesa, existe un lugar refugio de la bohemia amante del buen gusto por el jazz y el folk, el arte contemporáneo y la conversación distendida, donde la noche del último día de mayo, excepcionalmente para homenajear el setenta cumpleaños de Bob Dylan, acudimos a eso de las diez. El cazador de iconos albergaba a un grupo de amigos bajo el reconfortante reclamo de una cata de vino tinto, a quienes el tiempo irremediablemente se les había echado encima mientras el juglar de Minesota esperaba su momento, y como el portón estaba de par en par nos colamos. Tras la barra iban y venían el pintor Esteban Ruiz y su socio, el editor gráfico Luis Calvo distribuyendo copas con el caldo elaborado por una artesanal bodega extremeña, cuidado y mimado para deleite de los parroquianos. Por la tarde, y a través de facebookJosé Juan Gámez me había avisado de esta reunión, él y Luis Calvo ya se conocían cuando ambos compartían trabajos de infografía editorial en Madrid; con el tiempo Calvo cogió el tren con destino al sur y Gámez se abrazó a su destino formando una familia en la capital. Así que al mentarle a Luis la amistad que me une con mi inseparable compañero de billar, ya no nos dejó ir, y al instante, junto con mi mujer, Carmen, fuimos agasajados con vinos y un agradable tapeo frío mientras echábamos un vistazo a los cuadros y otros artículos a la venta en este local, porque, lo descubrimos entonces, El cazador de iconos es un shop-bar (creo que es el único que existe actualmente en Córdoba), donde se pueden encontrar además piezas de joyería elaboradas con materiales étnicos, camisetas, álbumes, pinturas y catálogos, entre otros detalles elegantemente distribuidos.

Cuadros de arte contemporáneo conviven con estanterías que guardan colecciones de piezas de joyería, algunas en plata y otras elaboradas con materiales étnicos; abajo, Esteban Ruiz (izquierda) y Luis Calvo saludan tras la barra de El cazador de iconos..



Me agradan estos refugios donde el tiempo pasa lentamente, sin estridencias y con la sorpresa de que si no encuentras a alguien conocido, te marcharás con algunos correos electrónicos anotados y el dulce sabor de que has simpatizado con gente agradable. Algo así ocurrió el otro día cuando los acordes de Like a rolling stone avivaron recuerdos y vivencias entre los dylanitas que allí nos dimos cita, entre ellos Francisco Lira, una fuente certera e inagotable si queréis saber de los artistas influenciados por el cantautor y cómo era el panorama social y bohemio de la España de los años sesenta: "La primera vez que escuché a Dylan yo tenía ocho años y las canciones fueron las del Freewhelin', aquellos días los discos de Bob nos los traían los marines", asegura. El vino tinto, del que tan afamado es el juglar de Minesota, es el otro reclamo para que los parroquianos nos acerquemos a unos caldos frescos y agradables, y ése, el que quisimos hacer nuestro, al que habían bautizado con el nombre de Habla, que da vitola a la bodega de Trujillo, y del que ya esperamos nos envíen una caja, aunque eso sí, volveremos para echar un ratito con Esteban y Luis y su mujer, Manuela, quien nos puso en antecedentes de este local, abierto hace un año. Desde entonces, El cazador de iconos despunta, además de por sus ricos caldos, cócteles y variedades de vargas, por la singularidad de sus exposiciones de lienzos y gráficos contemporáneos y unas inolvidables sesiones de jazz. La originalidad de entrar en una tienda-bar es algo que viene sorprendiendo a la clientela que accede por primera vez al local. "Incluso hay quien se queda en la puerta a la espera de que le permitamos entrar, creen que se trata de un local privado", apunta Luis Calvo, quien agrega: "Yo les digo, pasen, vean, compren y degusten, es una buena idea". El editor gráfico mira en derredor con aire pensativo: "Creo que nos hemos adelantado al tiempo",  dice en un intento esperanzador de que la fórmula agrade al público.

Es un lujo, por qué no decirlo, tomar una copa rodeados de ideas creativas, además de buenas sensaciones que emanan de lienzos y estatuillas, ornamentos, viñetas e iconos y el trabajo bien hecho que, junto con la música, constituyen los ingredientes del mejor cóctel de El cazador de iconos.

Paseo a medianoche por la Judería




Medianoche a principios de julio, la Judería de Córdoba respira después de un tórrido día, un gajo de luna se impregna del aroma de los verdeados zaguanes abiertos en las calles aledañas, mientras el frescor del Patio de los Naranjos traspasa los ancestrales muros de la Mezquita. Una noche cualquiera para dar un paseo con mi hija Cari, así que nos subimos a la moto y nos adentramos en ese mundo de leyenda, iconos y fantasía que conforman las historias de cultura y gente que encierran nuestra Judería, sin más destino que el de perdernos por sus callejuelas, a estas horas solitarias, acompañados por el murmullo de sus fuentes, siempre con la sensación de que hay unos ojos que te avistan cada paso, cada respiración, cada anhelo que sientes por un pasado siempre latente entre tanta historia. A estas horas salen a pasear los duendes y son ellos los que te llevan en volandas, sintiéndote a bordo de una alfombra voladora en las mil y una noches.

No hay nada que me despierte tantas emociones como la sensación de descubrimiento y misterio que encierran las callejuelas de la Judería. Cuando era pequeño solía frecuentar algunas zonas de este barrio invadido por una sensación de desasosiego producida por lo desconocido. Pero era agradable y aún hoy lo sigue siendo, cuando los tiempos han cambiado y esta zona es hoy un valor en alza en una ciudad que siempre le ha dado la espalda. Ahora la frecuento más que nunca y hacerlo con mi hija me hizo comprender algunos detalles en los que hasta ayer no había caído, uno de éstos reside en la poca información que muchos cordobeses tenemos de nuestra Judería, a la que siempre aludimos como nuestro casco antiguo, pero qué poco sabemos de sus gentes y de las gentes que la han vivido. Por eso, uno de los detalles que llamó la atención de Cari fue cuando le hice una foto al rótulo de una de sus calles: Zapatería Vieja. Es una de las calles que desembocan en esa bella plaza que es hoy Abades, y que fue nuestro primer destino, después de habernos detenido en el Triunfo y en los aledaños de la Mezquita y la Puerta del Puente, para respirar el ambiente nocturno de la ciudad junto al río.

Abades, bohemia y cultura.
Abades es hoy día, más que nunca, un punto ciudadano de referencia para tomar el pulso a una cultura cambiante y desafiante con lo establecido, así me gusta disfrutarla gracias a las inicitivas que durante los últimos años llevan a cabo los miembros de la Asociación Cultural Abades (ACA), y el bar El Barón, que la semana pasada cumplió tres años de una actividad social y restauradora, con Carmen Moreno al frente de este bohemio bar donde se puede degustar uno de los mejores vermut de la ciudad, además de buenas viandas caseras. Llegamos allí la noche posterior a la inauguración del ciclo de cine, a partir del próximo miércoles y durante el verano proyectarán películas de cine mudo. "La gente respondió de maravilla", nos dijo el camarero y nos lo creímos, habían apostado por la película Divorcio a la italiana y decidieron acompañarla con comida y vino de las comarcas italianas. Pedimos unas cervezas y un plato de lacón, y a poco de estar alli, la terraza ya se había llenado. Me gusta esta plaza, tiene el encanto de un rincón augusto de tiempos ancestrales y el arraigo popular de esa gente solidaria que llega al lugar para compartir un vino, un rato, una charla, un proyecto, una idea, una ideología, una amistad al agreste sabor de la noche veraniega.



De Abades nos adentramos por un sinfín de callejuelas dejándonos sorprender por rincones solitarios, oscuros, tildados algunos de éstos por rejas y ventanas mimosamente cuidadas, o extremadamente empapeladas sin ton ni son por anuncios fuera de lugar, en cualquier caso los contrastes confunden, abruman, avivan la sensualidad y en la segunda y tercera revuelta ya no sabes por dónde vas, ni adónde te diriges, ni falta que hace, sabes que de un momento a otro desembocarás en algún lugar, con alguna taberna haciendo esquina, o en casas solariegas con portón entreabierto, es de noche y silenciosa, la luz ambarina de alguna farola te guía por un destino inexistente, donde no existen hojas de ruta, mejor dejarse llevar calle arriba, calle abajo, en esta revuelta o subiendo aquella cuesta empinada, tomando las bifurcaciones sin gps. Cuando nos dimos cuenta habíamos salido del perímetro urbano de este barrio y echamos en falta que tendríamos que volver pues nos esperaban en El cazador de iconos para recoger unos vinos que habíamos encargado. Pero el paseo, aunque la mayor parte cubierto encima de la Suzuki, había abierto el apetito, así que enfilamos Claudio Marcelo con destino a la Taberna Góngora, en la céntrica calle de Torres Cabrera.

Casi a punto de cerrar la cocina, Manolo, propietario de Taberna Góngora, tuvo la delicadeza de ponernos unas tapas, berenjenas, boquerones fritos macerados en limón y unos pinchos de cordero, regados con uno de los mejores vinos blancos que se pueden tomar en Córdoba. Tiene fama Góngora acreditada con los años y su calidad nunca mengua. Al salir, la noche era más silenciosa y decidimos romper el encanto con la Suzuki callejuela del Obispo Fitero arriba buscando los arrabales de la Judería. Después de innumerables recovecos, trayectos con la única salida de una calle aún más angosta, solitarias, cargadas de embrujo y sueños, logramos salir a Capitulares, y Calle La Feria abajo tomamos las calles cercanas a la de las Cabezas y, poco a poco, llegamos a El cazador de Iconos, aún abierto, donde recogimos las botellas de vino tinto Habla, con bodegas en Trujillo, un excelente caldo con uvas Tempranillo, Cabernet Sauvignon y Petit Verdot, que ya habíamos catado semanas antes y que Manuel nos tenía reservadas. Al salir, comprendimos que aún nos quedaba algún que otro rincón, pero ya no era momento, quizá otra noche volveremos, quizá mañana.


Ver entrada de Cari sobre este paseo en su blog Guilty Pleasures

01 junio 2011

Ropa vieja, la receta ecológica



No hay nada tan generoso en cocina como aprovechar los restos de una comida para transformarlos en un plato fácil y agradable. Es el caso de la ropa vieja, así llamada desde antiguo por nuestros padres y abuelos y cuya receta resulta tan versátil como sugestiva su elaboración en cada casa. Es un plato, además, que podemos consumir caliente o frío, aquí manda el gusto, pero lo que más me sorprendió cuando lo preparé por primera vez fue la aceptación que tuvo por parte de mis dos hijas ya que no es una comida frecuente en los menús caseros y rara la familia que del cocido aprovecha además de la pringá (para la elaboración de croquetas), los garbanzos con la idea de dar forma a esta peculiar tortilla de trompos. En algunas casas he comprobado que la ropa vieja se elabora como si fuera un revuelto, con las legumbres sin machacar y aliñadas con especias al gusto; en otras en cambio, he descubierto que ropa vieja es algo semejante al humus de garbanzos, con un final de textura cremosa. Os traígo al blog la forma en que preparo la ropa vieja, que no es si no la recuperación de una vieja receta tradicional sujeta, no obstante, a las innovaciones que queráis incorporarle.

Ingredientes: Garbanzos sobrantes del cocido. Cebolla o puerro.

Elaboración:  Calentar en el microondas los garbanzos y escurrir gran parte del caldo que aún pudieran soltar, pero sin dejarlos secos, machacar con un tenedor hasta lograr una masa uniforme. En una sartén, pochad una cebolla o puerro, suelo usar este último ya que es más suave. Dependiendo de la cantidad de masa de garbanzos que nos quede usaremos uno o dos puerros. Cuando la verdura esté pochada (usar una pizca de sal para su coción, pero no os paséis ya que los garbanzos conservan la dosis sabrosa que les dio el caldo del cocido), incorporar la masa y, a partir de ahora, es cuando debemos prestar atención a esta receta, pues hay que ir moviendo constantemente la masa, mezclada con la verdura, hasta conseguir un bloque compacto, vigilando que no se agarre y dándole la forma deseada, eso sí, procurando que la 'tortilla' de garbanzos no quede demasiado tostada. Degustarla en frío o caliente ya es gusto de cada cual, en casa solemos tomarla alternativamente, pero os recomiendo que la dejéis cocinada unas horas antes para que los sabores se mezclen bien.

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